Camino del cielo de Proyecto Dioniso

Por David J. Rocha Cortez

En la tercera semana del IV Festival de Teatro Hispanosalvadoreño, los días 22, 23 y 24 de octubre se presentó en el Teatro Nacional de San Miguel, el grupo Proyecto Dioniso con la obra Camino del Cielo del dramaturgo español Juan Mayorga, con adaptación de Alejandro Córdova, dirección artística de César Pineda. La puesta en escena fue una de las ganadoras del Proyecto Triángulo Teatro (Circuito Europeo Teatral Centroamericano) impulsado, en el país, por el CCESV. 

Juan Mayorga es uno de los dramaturgos más importantes de España. Formado por Marco Antonio de la Parra, José Sanchis Sinisterra y el Royal Court Theatre, estas influencias lo llevan a subrayar la palabra dramática ante todo. Sus textos se centran en la producción de acción a partir de la palabra performativa.  El teatro de Mayorga tiene una estética que mezcla lo científico, político y filosófico en tanto que propone una densidad de pensamiento que nos lleva al encuentro con las constantes del pasado. En sus obras emergen tesis filosóficas que nos ubican en temas como la libertad del ser humano, la violencia, la guerra, las relaciones de poder. Ha sido merecedor del Premio Nacional de Teatro (2007), Nacional de Literatura (2013) y Premio Europa de Nuevas Realidades Teatrales (2016), entre muchos otros lauros más. 

Camino del Cielo es un espectáculo sustentado en el  flashback como estructura narrativa. Cuenta la historia de una cruzrojista que visita un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En esta visita, un comandante nazi ha hecho que los prisioneros judíos representen un espectáculo para cubrir las violencias padecidas en el lugar. La adaptación nos propone un símil entre la historia del holocausto y la masacre del Mozote. Este desplazamiento de la mirada no se sostiene en el espectáculo. Al inicio de la obra, el personaje de la cruzrojista (narradora, testigo y personaje principal) construye este código narrativo a través de textos que hacen guiños al Mozote. Sin embargo, la convención no se sostiene durante la obra. La obra original tiene la virtud técnica de establecer juegos con el tiempo y la estructura narrativa, observamos una estructura dramatúrgica que poco se explora en la escena local. La adaptación se fundamenta en la reconstrucción lingüística (cambio de nombres, de espacios, etc.) sin embargo no alcanza la densidad filosófica que explora el autor original. Es meritorio señalar que desde el estreno de la obra hasta hoy, el texto se ha venido afinando.

La puesta en escena nos sumerge desde lo sensorial en un mundo de barbarie, en el que algo podrido se mueve debajo; desde el expresionismo alemán como base estética de laboratorio, nos sumerge a través de otros códigos: la gestualidad del elenco, el diseño de luces, la música. Roberto Cardona, bailarín y coreógrafo, es el encargado de la dirección corporal del elenco. Propone una gestualidad que coloca en un estadio límite los cuerpos de las actrices y actores; por ejemplo, la cruzrojista y los prisioneros judíos están constantemente jugando con las tensiones, con los desequilibrios, con el movimiento antinatural. La concepción de Cardona parte de la vinculación de los cuerpos con los demás elementos del espectáculo. 

William Castillo, diseñador de luces, propone una visualidad que se sostiene en los claros oscuros, calles, contra luces, colores fríos que van conectando constantemente con esa violencia velada que sostiene la obra; en este caso, el diseño de luces no solo ilumina el escenario, sino que se convierte en una voz dentro del espectáculo. Francisco Huguet, compositor musical, construye un campo sonoro indispensable; las composiciones musicales están en estrecha relación con cada escena del espectáculo y, al mismo tiempo, son un código narrativo dentro del mismo. 

El elenco, compuesto por Lucas Callejas, Lilibeth Rivas, Otto Rivera y Larissa Maltez constituye un corpus equilibrado que nos demuestra la importancia del trabajo en equipo. Sobre todos descansa la responsabilidad del espectáculo. Cada uno nos demuestra sus virtudes como actores y actrices y, al mismo tiempo, emergen sus inseguridades y quiebres. Lucas construye el personaje del Comandante desde la presencia, en él anoto la utilización liminal entre la belleza masculina convencional y un diseño de vestuario que logra dilatar su figura, el actor le sabe sacar total provecho a estos dos elementos para develarnos la encarnación del goce en la perversión; Lilibeth hace uso de sus posibilidades internas y físicas para devolvernos sobre el escenario personajes que están constantemente construidos desde el límite; por su parte Otto y Larissa logran vertebrar un dúo suturado desde la complicidad, sobre sus personajes recae la barbarie, ellos logran desdoblarse en distintos interlocutores de la obra preparada en el campo nazi, además en Otto recae un buen porcentaje de la ejecución técnica de la escenografía. La interpretación de Conjunto logra que el espectáculo se sostenga.

César Pineda, a lo largo de su trayectoria, ha demostrado ser no solo un actor de grandes capacidades sino que también un director con un discurso estético concreto. El diseño de la puesta en escena logra vertebrar todos los lenguajes que convergen en ella. El director construye un marco de acción para que el resto de artistas que componen el equipo puedan desarrollar su trabajo. Él va tejiendo posibilidades y trabajando con y sobre las propuestas de los jóvenes. Conduce la estética y la ética de la puesta en escena hacia ese lugar doble donde el director desaparece pero al mismo tiempo tiene presencia detrás del escenario. 

Queda pensar las propuestas visuales planteadas por Mercedes Barillas y Vladimir Renderos, quienes desde lo lúdico apuestan por la construcción de elementos que van conectando con la historia de los personajes y la limpieza de la forma. La primera, propone un sube y baja sobre el escenario que será un espacio fundamental en la representación; mientras que el segundo construye la línea gráfica a partir de metáforas ligadas a los intersticios de los conflictos principales de la obra.

Camino del cielo es un espectáculo que demuestra las capacidades de los artistas jóvenes del país. Es una obra que, con sus luces y sus sombras, nos invita a la reflexión de un hecho siempre presente: las violencias subterráneas del ser humano. La obra nos muestra la relación de las y los jóvenes en relación al pasado local. Estamos hablando de una exploración posible en el camino de la posmemoria. El trabajo del colectivo logra sostenerse gracias al compromiso de cada uno de sus miembros que, en la escena, se traduce en un trabajo depurado, limpio, que logra el encaje de cada una de sus piezas. Me atrevería a decir que es uno de los espectáculos mejores logrados en la post pandemia salvadoreña. 

Titiritero, crítico teatral e investigador cultural. Máster en Estudios Culturales (UCA, Managua) y Licenciado en Teatrología (ISA, Cuba). Catedrático del Dpto. de Comunicaciones y Cultura de UCA José Simeón Cañas y Coordinador de la Escuela de Espectadores de Teatro Luis Poma.

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