El IV Festival de Teatro Hispanosalvadoreño cada año cobra mayor relevancia dentro del panorama teatral del país. Surgido en el año 2018, ha sido un lugar de encuentro entre el teatro español y el salvadoreño. El Centro Cultural de España en El Salvador, al celebrar sus primeros 20 años, ideó este proyecto que vino a dar consecución a los acercamientos culturales entre ambos países. Desde sus inicios, el mes de octubre ha sido el protagonista de la cartelera y hemos visto pasar en escena a agrupaciones jóvenes y de trayectoria con propuestas locales a partir de la dramaturgia contemporánea ibérica y hemos visto artistas españoles en nuestros escenarios. Las audiencias son las más beneficiadas.
En su cuarta edición el Festival arrancó el 8 de octubre en la Gran Sala del Teatro Nacional de San Salvador con el espectáculo Nadie volverá a hacernos daño, de Carmen Soler, dirección de Hugo Mata Parducci, producción de Asociación Cultural Azoro e interpretado por Alejandra Nolasco y Egly Larreynaga.
La dramaturga Carmen Soler es discípula del gran maestro José Sanchis Sinisterra. Muchas de sus obras han sido producidas en el seno del Nuevo Teatro Fronterizo. Además, uno de sus grandes referentes es Harold Pinter. Soler se ha dedicado a estudiar y enseñar la forma en la que el dramaturgo británico comprende el teatro. A partir de estos referentes, sumada su experiencia actoral, podemos entender su dramaturgia como una constante exploración en historias y personajes de los márgenes, una búsqueda en las sutilezas que nos lleva a observar los silencios, lo encriptado, lo subrepticio como recurso de acción y tensión dramática.
Nadie volverá a hacernos daño es un texto situacionista: Sonia y Felicidad están en una habitación después de haber cometido un asesinato, la trama se complejiza a partir de giros que desembocan en un plan fallido. Sonia quiere deshacerse de su marido y manda a Felicidad para que lo mate, esta se equivoca y asesina a otro hombre.
Pensando este texto breve desde la visión de Soler podemos encontrar las formas de lo abyecto, de los márgenes en la resolución del problema y en la dinámica de poder entre los personajes. En principio, Sonia se convierte en una doble metáfora del poder ya que ha vivido violencia desde niña pero, al mismo tiempo, la dramaturga deja abierta la posibilidad de la coerción que ejerce sobre Felicidad. En las últimas dos escenas del texto podemos entender esta torsión del personaje que a través de un flashback y utilizando el recurso de la narraturgia, nos cuenta una experiencia de su infancia en la que su abuela la obliga a matar a una cachorra: “los errores se pagan. (Pausa breve) Ahora tendrás que sacrificar a la hembra con tus propias manos” dice Sonia rememorando. En la siguiente escena, la final, Sonia saca el arma y apunta a Felicidad. Hay un juego discursivo con lo poético y con lo no dicho. A pesar de la brevedad del texto, la situación permite giros estructurales.
Hugo Mata Parducci desde la dirección del espectáculo propone una interpretación a cabalidad del texto sobre el escenario. Es decir, estamos ante una puesta en escena logocéntrica. En este sentido, la relación que se establece entre escena y texto es indispensable ya que la palabra será la que activa la situación, las imágenes, la estructura narrativa del espectáculo, las interpretaciones. Esto produce que el marco interpretativo de la escenificación sea el texto mismo y no la puesta en escena. El punto de vista de la dirección se difumina.
El diseño del espectáculo también propone que las dos actrices sean las que sostienen la obra. Visualmente se construye desde el minimalismo y la economía de recursos, en escena vemos a Alejandra y Egly, dos sillas, una mesita de minibar y una soga, elementos que son suficientes para representar la situación límite de los personajes. El minimalismo logra evocar la habitación en la que se desarrolla la obra y construir una metáfora de unidad, tensión y conflicto entre los personajes. En escena vemos la construcción de espacios de ficción que a veces se desarrollan en simultáneo, sin embargo no hay una necesidad de esconder la artesanía de la teatralidad. Gracias a la palabra y al minimalismo la artesanía se devela ante la audiencia.
Egly Larreynaga y Alejandra Nolasco proponen la creación de sus personajes desde contraposiciones. No solamente desde el carácter sino también desde las exploraciones interpretativas. Si Egly es más apegada al texto, incluso interpreta tal cual las didascalias de Soler, Alejandra pasa por la transformación física, de registro emocional e incluso propone ciertas acciones exploratorias desde el cuerpo, sin embargo la línea física no se desarrolla. Es meritorio decir que la amplia trayectoria de ambas actrices ha estado inclinada a la línea teatral de defensa de derechos humanos, denuncia, artivismo y en contra de la desigualdad y violencia de género, en esta obra se propone una búsqueda poco convencional en el país para tratar temas estructurales de violencia que tienen a la mujer como víctima. En este sentido, tanto el texto de Soler como la representación desplazan la mirada de los cuerpos masculinos y proponen una metáfora del poder y la violencia desde el cuerpo femenino. El personaje de Sonia y su abuela (que aparece en el flashback) son metáforas de la violencia patriarcal. La obra desplaza la mirada como mecanismo discursivo para proponer una dramaturgia en femenino que reinterpreta cánones y postulados sociales. Este mecanismo discursivo tiende a dejar múltiples interpretaciones pues se mueve en una línea liminal entre la disolución del punto de vista de la dirección y la propuesta dramatúrgica en clave femenina.
Comprender un espectáculo a través de la función de estreno resulta una tarea difícil. Sin embargo, es meritorio señalar que las puestas en escena deben tener, al menos, el rigor técnico para ser presentadas ante un público y, en este caso, ser la puerta de entrada a uno de los eventos más relevantes del teatro salvadoreño. Queda esperar la madurez de la obra, no cabe duda de la experiencia y la capacidad técnica del equipo creativo, pero aún quedan muchas tablas que recorrer y muchos postulados inconclusos que el espectáculo deja sobre la escena.