Experimentar para crear comunidad. Laboratorios ciudadanos, saberes compartidos y vínculos de proximidad

Lorena Ruiz

Las ciudades están llenas de experimentación. Desde los grandes laboratorios de investigación, con su imagen icónica de los tubos de ensayo, hasta los espacios más cotidianos: pensemos en las actividades de todos los días que implican probar ingredientes, tantear formas de hacer las cosas, arriesgarse a hacerlas de manera diferente, esperar el resultado, valorar si hacemos un cambio o si, por el momento, lo que hemos probado parece funcionar.

La experimentación está llena de saberes. Saberes diversos y situados, si bien reciben diferentes grados de reconocimiento, legitimidad y visibilidad.

Quizá el ejemplo más paradigmático sean todos esos saberes implícitos en las tareas de cuidados que de manera cotidiana realizan las mujeres y que no reciben valoración social ni retribución económica.


Los laboratorios ciudadanos son un nuevo modelo institucional que precisamente sitúa en el centro la experimentación. Su objetivo es que los vecinos y vecinas desarrollen proyectos de manera colaborativa, a través de los saberes que comparten y descubren experimentando. Desde este marco, podemos conceptualizar un laboratorio ciudadano como una caja de herramientas para la colaboración. Para desplegar todas estas herramientas, un laboratorio ciudadano se ancla en primer lugar a un territorio concreto (por ejemplo, un barrio dentro de la ciudad) y a una institución del mismo (por ejemplo, un centro cultural), con el objetivo de aprovechar las infraestructuras que tiene el territorio y ensanchar los usos posibles de las mismas. Se trata así de responder a la escasez de espacios en nuestras ciudades para reunirnos con otros vecinos y poder llevar a cabo proyectos
de manera conjunta.


Un laboratorio ciudadano se asienta sobre la práctica de la mediación. Esta necesita de un equipo de personas que acojan y acompañen a los vecinos y vecinas del barrio para que conozcan la propuesta y participen en ella. En la práctica de la mediación es fundamental escuchar, observar, abrir conversaciones y conectar personas, colectivos e ideas en torno a intereses comunes. Esta labor de escucha y conexión comienza por el contacto directo con los colectivos que ya están trabajando en el territorio, ofreciéndoles el laboratorio como aliado para el impulso de nuevas iniciativas o el refuerzo de las ya existentes.

Una de las herramientas más importantes de un laboratorio ciudadano son las convocatorias abiertas, que son de dos tipos: convocatoria de proyectos y convocatoria de colaboradores. En la primera de ellas los vecinos presentan sus propuestas: por ejemplo, en el laboratorio desarrollado en Villaverde (Madrid), dentro del programa Experimenta Distrito​, un grupo de jóvenes propuso la construcción de unas barras para poder realizar deporte en el parque del barrio. Entre todas las propuestas recibidas se seleccionan algunas de ellas para ser llevadas a cabo. A continuación se abre la segunda convocatoria, de colaboradores, que se dirige a aquellas personas interesadas en ayudar en el desarrollo de los proyectos seleccionados: por ejemplo, personas que quieran ser parte del grupo que tratará de construir las barras para hacer deporte en el parque.


Estas convocatorias son herramientas para la apertura institucional, en la medida en que generan un espacio accesible, flexible y que permite la reapropiación. Por ejemplo, los requisitos para participar en el laboratorio son pocos y sencillos: no hace falta tener una forma jurídica para presentar un proyecto o para ser colaboradores; las propuestas pueden realizarse a título individual o por parte de colectivos informales; los proyectos no requieren de un alto grado de formulación, sino que se solicitan ideas abiertas; y el único requisito para colaborar en un proyecto
es expresar el interés y ganas de participar en el mismo.


Por otra parte, la granularidad de la participación que se persigue conlleva que puedan vincularse al laboratorio personas con diferentes grados de implicación, con mayor y menor disponibilidad de tiempo, con conocimientos y responsabilidades distintas. Esta diversidad de formas de estar en el laboratorio es posible cuando no se establece una única manera de participar, sino que se acompaña a las personas para que encuentren el lugar significativo para ellas dentro del laboratorio: por ejemplo, alguien puede no presentar un proyecto ni ser colaborador, pero formar parte del laboratorio trayendo comida a los participantes por las tardes, ofreciendo un taller en el que comparte sus habilidades o presentando el trabajo que está realizando su asociación en el barrio. Las formas posibles de participación se van definiendo a lo largo del proceso del laboratorio y surgen de la exploración conjunta entre los vecinos y los mediadores, fruto de las conversaciones que establecen y de la confianza mutua que van generando.

La fase final de los laboratorios ciudadanos son los llamados talleres de producción o de prototipado. En ellos se reúnen los grupos que llevarán a cabo los proyectos seleccionados, integrados por la suma de los promotores (quienes presentaron el proyecto) y los colaboradores (quienes decidieron sumarse al proyecto), como se ha señalado anteriormente. En estos talleres adquieren un peso muy importante la convivencia, la autoorganización de los grupos y la colaboración entre ellos: por ejemplo, uno de los jóvenes que está construyendo las barras para el parque sabe dibujar y ayuda a otro grupo que está diseñando una maqueta para hacer más accesible la plaza del barrio. El intercambio de saberes y la disposición a la cooperación permean así el transcurso de los talleres, si bien estos se encuentran asimismo atravesados por el conflicto y las desigualdades. A este respecto, es importante reflexionar sobre la diversidad -y su ausencia- en las iniciativas de colaboración:

¿qué exclusiones operan a través del lenguaje, de los espacios, de las formas de participación posibles? ¿En quiénes piensa una institución como “participantes” cuando impulsa programas de colaboración con la ciudadanía? ¿Quién se queda fuera de un laboratorio ciudadano? ¿Por qué?

Para abordar estas y muchas otras preguntas relacionadas con las experiencias de colaboración necesitamos documentar nuestras prácticas, contribuyendo así a la difusión y uso libre del conocimiento generado en las mismas. Esta documentación es una forma de investigación que nos permite comprender mejor qué sucede en los procesos participativos, identificar cuáles son sus resultados y poder adaptarlos mejor a cada contexto particular.


Las ciudades están llenas de experimentación. La experimentación está llena de saberes. Estos saberes nos ayudan a acoger la incertidumbre de manera colectiva, a aprender a través del hacer, a reconocer que hay cosas que no sabemos pero confiar en que otras personas sí las sabrán (y, si no es así, podemos intentar aprenderlas juntas). Los laboratorios ciudadanos fomentan esta experimentación para responder así a la necesidad de imaginar otras formas de vida en común, compartiendo lo que cada una sabemos y queremos, vinculándonos desde aquello que nos afecta e importa: el barrio, sus parques y sus plazas.

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Este artículo forma parte del ciclo de conversatorios ¿Qué implica experimentar la ciudad? realizados como parte del proyecto en red Experimenta Ciudad realizados de manera virtual entre los meses de octubre y noviembre de 2020 con la coordinación de Grigri Projects.

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