“Hemos sido artistas, somos y seremos después de esta pandemia”
concluyó una amiga y creadora mayor muy cercana. Esta frase que se secciona en un pasado reciente, un presente y un futuro, se enmarca en una coyuntura excepcional: la pandemia por COVID-19. Ante ella, mi amiga afirma con seguridad, con persistencia, con una terquedad existencial que —aunque el mundo se esté cayendo— los artistas van a seguir haciendo arte. El artista, como el resto de profesionistas, necesita hacer para ser.
En esta pandemia los artistas han sorprendido al mundo porque han seguido siendo y haciendo en cuarentena. El artista no puede dejar de ser artista en casa, porque los danzantes, los actores y los músicos no “dejan el cuerpo” tendido tras bambalinas, cargan con él y con todo lo que de él usan para hacer. Pienso que igual sucede con los pintores, dibujantes, escultores, fotógrafos, videastas y escritores quienes, más allá de tener a mano o no materiales o equipos costosos, descubren, en su diario vivir, líneas y colores, sonidos y melodías, golpes de luces, formas y volúmenes, personajes y situaciones. Sin embargo, este hacer vitalista, no debe romantizarse porque, así como muchos creadores han producido para alentarse y alentar a otros, la gran mayoría está enfrentado situaciones críticas en el plano económico —por las cancelaciones de proyectos y por seguirse adeudando un acuerpamiento estatal— así como en el plano psicológico —al experimentar una especie de abstinencia creativa, retomando las fuertes palabras de la pintora Licry Bicard registradas el portal de Disruptiva, sintiéndose bloqueados mentalmente (…) no pudiendo crear obra con el alma, porque “el alma está muy golpeada” (Disruptiva, 2020).
Si tanto se sufre en esta realidad salvadoreña siendo artista ¿por qué no se deja de ser? Sostengo, otra vez, porque no hay un absoluto que me lo pueda confirmar, que los artistas optan por seguir siendo cada día, porque con su hacer creen reafirmar más que su existencia: con su acción interpretadora y creadora configuran una realidad modelada en sus maneras (desde sus diferencias), sellada con sus modestas vidas. Estos actores sociales aportan, enriquecen nuestra comprensión de la historia pasada, contemporánea y de los posibles futuros.
Desde el planteamiento de la ecofeminista estadounidense Donna Haraway, podemos considerar que los artistas abonamos con conocimiento cultural-artístico situado. Esta postura epistemológica hace referencia a aquellos saberes que, al ser territorizalizados, revelan los distintos lugares desde los cuales hablamos-habitamos. Puede parecer demasiado obvio —porque damos por sentado que existimos en un lugar—, pero al defender el “hablar desde”, al asumir la pertenencia y revelar los intereses, ejercitamos una práctica ético-política. Porque quien investiga o crea desde Japón no asume las mismas responsabilidades y consecuencias que quien crea o investiga desde El Salvador. Así, de manera diferente asume crear o investigar un heterosexual que aquella que crea o investiga reconociéndose trans.
Los creadores e investigadores culturales-artísticos son importantes, porque generan tanto conocimientos teóricos como experienciales, últimos que no deberían considerarse “menos” conocimiento por no seguir los lineamientos científicos hegemónicos. En otras latitudes de Latinoamérica se han comenzado a aceptar las aportaciones del arte en la investigación cualitativa. Como muestra, durante el Encuentro de investigación y Creación en las Academias de América Latina llevado a cabo en la Universidad de Costa Rica en el 2019, la Dra. Ana Harcha, investigadora, dramaturga y directora teatral chilena, ante el valor de la investigación artística expresó: “Si se saca el arte de la academia, la academia pierde, no gana con convertirse en otra cosa” (Universidad de Costa Rica, 2019). Si en Latinoamérica nos empeñáramos en trascender el modelo tecnoburocrático que impone estándares globalizados y en cuestionar cualquier hacer científico que se presente como “supra social”, peligro advertido por el filósofo alemán Max Horkheimer quien, en 1932, expresó: “En la actualidad, el cultivo de la ciencia ofrece un reflejo de la contradictoria situación económica. Esta se halla dominada por tendencias monopolistas, y no obstante, en escala mundial, es desorganizada y caótica, más rica que nunca y sin embargo incapaz de subsanar la miseria” (2003, p. 20) palabras, reitero, de 1932. Situarnos, territorializar nuestros problemas para producir nuestros saberes, alentaría y reforzaría concepciones artísticas y académicas más posibilitantes y esperanzadoras, por ejemplo destacan las expuestas por el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda, quien a inicios de los ochentas defendió la importancia del “mundo de la vida” anónimamente vivido, pero compartido intersubjetivamente… mundo que puede ser expresado no solo mediante fórmulas físicas, sino mediante una razón poetizante, sintiente, pudiendo dar paso a la conjunción de lo racional y lo vivencial, desde un hacer “sentipensante”, término que, muy éticamente, Fals Borda no se atribuyó como “su” descubrimiento académico: Ese término no lo inventé yo (…), fue un pescador que iba conmigo quien dijo: cuando actuamos con el corazón pero también usamos la cabeza, cuando combinamos las dos cosas, somos sentipensantes (Fals, 2008).
Por otro lado, pensando en los modos de habitar, nos vemos en la urgencia de revisar la forma en la que usamos internet. Instalados en la virtualidad (que no debe mal entenderse como lo irreal o como una falsedad) estamos llamados a experimentar otros modelos de interactividad que democraticen conocimientos, que empoderen a los usuarios, a los “navegantes”, constituyéndose como portadores de otra ciudadanía, una ciudadanía virtual. Este entorno, al que hoy nos hemos visto arrojados por necesidad —por el peligro de contagiarnos al coincidir y encontrarnos físicamente presentes— aparece como una extensión del modo de estar en el mundo. Las ya no tan nuevas dimensiones asociadas a la cibercepción —término de 1995, aportación del artista británico Roy Ascott quien trabaja con la cibernética y la telemática— nos abren la posibilidad de digitalizar el registro, generar archivos y proponer otros usos de la memoria.
Lo dicho, pretende reforzar cuatro cuestiones que valoro fundamentales de estudiar y ensayar para constituir otro modo hacer, entendiendo este “arte del futuro” como proyecto : uno, reconocer la admirable y beneficiosa resiliencia de los artistas; dos, luchar por políticas y prácticas que permitan acuerparlos, pagarles y reconocerles debidamente como creadores sociales; tres, la necesidad de abrirle las puertas al arte como saber y como hacer en la academia (o a la academia en el arte), lo que plantea el reto de entregarse a un fructífero pero demandante ejercicio creativo-experimental con el fin de establecer metodologías respetuosas para con el fenómeno artístico, todo en vista de alentar otras maneras de exponer y comprender nuestra realidad latinoamericana; y cuatro, siendo artistas, cuestionar cómo podemos explotar esta obligada migración virtual para verla dentro de una estrategia, es decir: indagar cómo aprovechar las virtudes de la virtualidad y cómo habitarla, poniendo en juego la creación colectiva y practicando la corresponsabilidad.
Reflexión realizada tras el conversatorio organizados en el marco de exposición Futuro.