Protocolo. Decálogo en espejo o las tensiones por la verdad

Por David J. Rocha Cortez

La Compañía Forum Teatral, agrupación local, fue la protagonista del segundo fin de semana del V Festival de Teatro Hispanosalvadoreño. En la Gran Sala del Teatro Nacional de San Salvador vimos el estreno de la obra Protocolo. Decálogo en el espejo escrita por el dramaturgo cubano-español Abel González Melo y dirigida por la salvadoreña Aída Bernal, interpretada por la actriz Liliana Andrade y el actor Alejandro Lemus.

La dramaturgia de González Melo despuntó en La Habana de los años 2000 como una propuesta que logró escenificar las subjetividades marginalizadas de una ciudad que dejaba entre ver las diferencias. Los cuerpos sexuales abyectos, las historias subterráneas, la voz generacional/personal del dramaturgo que se desdoblaba en los personajes, también la constante pregunta sobre las identidades tanto individual como colectiva y la cuestión de la historia, del pasado compartido eran algunos elementos del lenguaje textual que proponía el dramaturgo.

Dos décadas después estamos ante una propuesta textual que explora en la tríada estructura-personaje-lenguaje y tiene como referente fundamental Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen. Esta relación vertebra el guión y la puesta en escena dirigida por Bernal. Es un elemento significativo dado que la disputa por la verdad es medular en la escenificación y es retomada desde la pulsión del drama Ibseniano. El dramaturgo traduce la historia de Stockman a una relación marital entre dos personajes: Petra, alcaldesa de una ciudad costera y su marido Tomás, un médico exitoso. En el original de Ibsen, el Dr. Thomas Stockman se enfrenta al pueblo completo pues ha descubierto una bacteria en el balneario que es el motor principal de la ciudad que habita. El personaje principal se enfrenta a una serie de peripecias que atraviesa sin mayor logro en su búsqueda incesante por develar la verdad. Nadie está dispuesto a sacrificar la inversión en el balneario, ni pagar la desinfección del agua. El giro fundamental de la obra está al final cuando el pueblo completo declara a Stockman enemigo del pueblo influenciados por el rol de los medios de comunicación el alcalde. En el caso de la obra de González Melo es Tomás el que se enfrenta a su esposa y esta relación es la que vertebra el conflicto que se desplaza entre el plano íntimo y la disputa pública por el poder.

Desde la dirección escénica, la idea de la disputa por la verdad se traduce en una constante tensión que permea lo privado y lo público de la relación matrimonial. Petra no está dispuesta a sacrificar un proyecto hotelero millonario en la costa de la ciudad y Tomás está dispuesto a sacar a la luz una investigación que pone en duda la viabilidad del proyecto. La escenificación ubica a ambos personajes en un ambiente interior. Es desde la casa, desde el espacio de la intimidad desde donde los personajes ejecutan la acción y en donde se revelan los más profundos sentimientos.

En los dos personajes, interpretados por Andrade y Lemus, encontramos alegorías entre lo social y lo individual, entre lo público y lo privado, entre el poder y lo dominado. Este es un desplazamiento de lenguaje entre Stockman y Protocolo. El conflicto de la obra se detona cuando llega a la ciudad un brote de ébola, traído por inmigrantes africanos. Ahí hay un giro sin vuelta atrás que tensa la relación de los personajes y desemboca en un final que queda abierto a resolución del público.

Los actores nos van mostrando distintas facetas de los personajes, hilvanando con suave filigrana las capas que construyen espesor en ambas interpretaciones. Hay un juego suelto entre ambos, hay complicidad, hay buen ritmo al decir los diálogos y hay una dramaturgia de acciones bien pensada sobre el escenario. Sin embargo, en la presentación de la Gran Sala del Teatro Nacional el espacio arquitectónico les hizo una mala jugada que ensanchó el espacio de la ficción. Hacia afuera, esto debilitó las posibilidades interpretativas ya que estamos ante una propuesta íntima, de pequeño formato si se quiere, representada en un espacio arquitectónico grande.

La puesta en escena acentúa la relación y el rejuego con la verdad. Hay que leer en entresijos las conexiones con la realidad actual salvadoreña. Esto resulta dado que hay un hábil manejo del discurso de la obra por parte de la directora. Los recursos audiovisuales y algunas ideas retóricas se suman al lenguaje del espectáculo dando información dosificada y acentuando las relaciones de poder que tienen a la verdad como fin último. La propuesta escenográfica de Mercedes Barillas nos revela espacios diferenciados a partir de la utilería y el apoyo audiovisual de imágenes proyectadas en el fondo del escenario. No estamos ante la visión tradicional del telón pintado o del fondo negro, sino que las proyecciones son soluciones técnicas para transportarnos a los distintos lugares que muchas veces resultan diametralmente contrastantes. Protocolo. Decálogo en espejo nos propone una estructura externa que disciplina al sujeto de la ficción, esto resulta en símil del individuo y la sociedad. Vemos como hay una regulación ciudadana que proviene de la utilización del poder. Y no solo estamos ante una puesta en escena del poder público/político, sino que se nos develan algunos mecanismos del mundo privado/cotidiano. Vale la pena seguir viendo crecer esta obra que ya tiene ganada la forma, indiscutiblemente bien acabada, ahora hay que acentuar los mecanismos de espesor que sostienen el discurso. Esto es tarea del fogueo sobre los escenarios.

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